jueves, 19 de febrero de 2015

La soledad del mundo por Antonio Dal Masetto

  

Resultado de imagen para antonio dal masettoComparto con ustedes este jueves por la noche -casi viernes- un textito que alguna vez leí en alguna revista y que desde ese entonces está pegado en la pared de mi habitación. Para identificarse y soñar, admito que me sacó una lágrima de no se si felicidad, si no más bien una emoción indescriptible, comprensión quizás, en más de una ocasión. ☺
(Me tomo la libertad de remarcar de distintas maneras lo que para mí debe ser remarcado)

"La biblioteca del pueblo de Salto era en esa época una construcción de planta baja, esquina en ochava, ladrillos sin revocar pintados a la cal, en la calle Mitre. Adentro, un salón con piso de madera y estanterías en las cuatro paredes (por lo menos así me parece recordarla). Cuando la descubrí me encontraba en la etapa de aprendizaje del castellano. Hasta ahí mi escuela había sido la calle.
  Tenía doce años, no hacía mucho había cambiado de país, de continente y de idioma. Elegía libros al azar guiándome por nombres de autores que me sonaban vagamente conocidos o títulos que me parecían atractivos. Así que por mis manos pasaba un poco de todo y muchos de los libros eran devueltos al cabo de algunos intentos frustrados de avanzar más allá de las dos o tres primeras páginas, ya sea porque no me interesaban o porque no los entendía. Sé que ahí tuve el primer acercamiento a un escritor que años después leería con pasión: Stendhal. Y no es que en ese entonces su nombre me sugiriera algo, pero sí me sedujo el título: Del amor. A los doce años el tema del amor me atraía. Pero lo que quiero mencionar en estas líneas -y está ligado a esa biblioteca- es cómo me veía a mí mismo en aquellos días. No era un chico retraído, tampoco demasiado tímido, me había hecho de algunos amigos, corría detrás de una pelota en los potreros, me defendía en las peleas. Un chico normal. Aunque había en mí una zona oscura, un conflicto para el que no tenía nombre, que me esforzaba por descifrar, que descifraba a medias, y que era, estaba seguro, absolutamente único. Tan único que hubiese sido imposible tratar de compartirlo con alguien, ya que nadie podía entenderlo. Y así andaba en ese entonces por la vida. Un día tomé un libro más de un estante de la biblioteca. No recuerdo el título, no recuerdo el autor, no recuerdo su nacionalidad, aunque estoy casi seguro de que era o alemán o ruso. Lo que sí recuerdo fue lo que ocurrió con la lectura.
  De pronto me encontré con que el autor contaba su propia historia cuando era adolescente, y ese adolescente tenía aproximadamente mi edad, y sus conflictos secretos eran iguales a los míos, sentía lo mismo que yo, lo aquejaban las mismas dudas y los mismos desconciertos, se hacía las mismas preguntas, estaba imposibilitado de comunicarse. Y yo devoraba las páginas de aquel libro venido vaya a saber de dónde, traducido vaya a saber por quién, llegado a esa biblioteca de un pueblo de la llanura pampeana vaya a saber por qué caminos, y que ahora me estaba hablando a mí. Y fue como una iluminación, un acontecimiento extraordinario, porque ese texto, esas memorias, me estaban diciendo que en alguna parte había alguien similar a mí. Y si había uno, entonces con seguridad habría otros. Y en la cabeza de aquel chico que yo era debió ir conformándose la sorprendente y reconfortante conclusión que podría resumirse más o menos así: "Entonces no estoy solo en el mundo"."

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